EL GATO CON BOTAS

El año 1965, cuando en distintos sectores poblacionales y sociales de la patria, se discutían los destinos particulares y colectivos de muchos de sus participantes, se venían otras vidas. Es así, que en un lugar baldío de la población Sta. Olga, vivía una tradicional familia de gatos. PERICO, el gato papá como le llamaban los niños del barrio; GUME, la gata reina, y tres pequeñines. Uno de ellos RAM, distinguido desde pequeño por creer y leer aventuras de piratas, bandoleros y espadachines. Siempre en los basureros que frecuentaban a diario, encontraban hojas y trozos de revistas viejas y rotas. Esas imágenes, a medio destruir y desteñidas, llenaban la vida de RAM. En más de algún tejado del sector, se le veía dar saltos y estocadas. Los perros del sector reían a costa del pequeñín. LOBO, un pulguiento negro y de mucho polvo acumulado, era quien más bromeaba y gozaba con el “gato loco”, como solía llamarlo. El resto de la pulgada, se unía a los ladridos y bravuconadas inocentes, ya que tenían como única finalidad corretear a los gatos vagabundos del sector.

Los retos de su papa gato y manotazos de su mama gata no servían de nada, él seguía con la cabeza perdida en las historietas, ni aun cuando soñando aventuras de duelos, cayó en el patio de la Sra. REBECA, la que le echo sus perros, para los cuales los gatos no eran cosas de juego, eran sus enemigos ancestrales. Así que el pobre RAM perdió varios pelos y partes de su cola. Ese traspié lo mantuvo triste un par de días y bajo la estricta mirada de su madre, quien le reprochaba su tontería, heredada probablemente de su abuelo, del cual dicen era un gato de circo redondo y juguetón, hasta que se cayó de viejo desde un trapecio.

“No vas a sobrevivir”, le decía su gato papá. “Cazando moscas, no vas a sobrevivir, deja ya los sueños de pajaritos”, y agregaba un manotazo.

Un día, a una de las plazas abandonadas de la población, llegó un circo pobre. La exigua caravana mostró los atractivos al ingresar a la población. Los perros del sector, se dieron un festín ladrando y correteando unos famélicos caballos bailarines, como señalaban los carteles. Unos monos malabaristas y desnutridos, saltaban y chillaban a los ladridos de los perros y unos payasos medios ebrios marchaban a la cabeza del desfile. RAM sintió algo en sus entrañas de gato. Una curiosidad insospechada alcanzó hasta sus bigotes juveniles y se prometió visitar tan extraño cortejo.

Ya avanzada la tarde y cuando los personajes y colaboradores de todo tipo se habían instalado en la plaza abandonada, RAM ingresaba a una de las carpas bodegas, miraba con ansiedad disimulada los letreros coloridos y las distintas telas de colores, los tablones que más adelante servirían de graderías y todo tipo de cajas y varas, cintas multicolores y olores, llenaban sus ojos brillantes y pulmones. Al final, en una esquina, ladeado y mal tirado, un letrero lo cautivó. Era la imagen de un gato con bigotes deslumbrantes y calzando unas botas altas y brillosas, de su costado parecía colgar una espada.

Sintió una voz. “Ese era mi preferido…” Una anciana, con rostro azul y ojos perdidos en algún recuerdo lo miraba y hablaba como si fueran conocidos de tiempo. “Mi ROBER, la gran atracción de niños y gentes”. Creyó entenderla, y como si hubiera llegado casa, supo que jamás abandonaría a los payasos y monos malabaristas. Acomodó sus patitas traseras, ronroneó y se echó sobre un faldón tirado, mientras la abuela acariciaba el suave lomo.

PERTER DALTON

Desde Villa Alemana