FUEGO EN LA COLA

Tan suave como la mirada profunda de sus ojos, era BENITO, no guardaba ningún tipo de rencor, a pesar de tener más de alguna huella dibujada en su lomo, como producto de haber sacudido muchos bigotes y lomos nocturnos en su vida, por el solo placer de la aventura, por el placer de tirar arañazos destemplados en peleas de tejado.

 

Hoy se conformaría con poner sus orejas al sol, en ese rincón de la ventana que tanto disfrutaba y que no compartía con nadie que no oliera a sus antepasados, antiguos y gordos felinos de callejón, si, porque su abuelo materno, paso gran parte de sus años en la libertad que da el haber nacido entre canaletas de algún tejado.

 

BENITO no podía entender a los gatos de departamentos, sin tejados que recorrer y tardes para soñar. Echado sobre los rayos del sol, no sabía porque esa tarde más que nunca sentía deseos de recordar los bigotes de su madre, de añorar su cálido pelaje y sus severas miradas cuando de pequeño se sentía aventurero y deseaba deambular más allá de sus manitas. Aun sintiendo esos tiernos recuerdos de infancia. de repente, sus ojos profundos y veloces percibieron la belleza impensada de las nubes, la maravillosa certeza de lo eterno. Lejos una figura celestial de hermosos bigotes y larga cola miraba descuidadamente el juego de los niños.  en ese instante comprendió los atardeceres de distintas luces en el cielo, los llamados furibundos en agosto, la cálida necesidad de acurrucarse, la inexplicable sensación de tener un lomo tierno a quien mirar, lamió sus patas delanteras y sin pensarlo dos veces de un salto corrió a la puerta entreabierta, el cielo le pareció más cercano cuando caminó decidido a ver de cerca la belleza impensada, la tierna fragancia de un opuesto ronronear.

 

(tomado de tertulias con gatos, PETER DALTON)

 

 

PETER DALTON

 

Desde Villa Alemana